Ana María Jurado
Era un 25 de noviembre al inicio de los años noventa. Ella estaba sentada escuchado una conferencia acerca de la violencia en contra la mujer. Las panelistas, un grupo de mujeres intelectuales y de sectores sociales diversos, hablaban de la situación de la mujer en el mundo y denunciaban que eso sucedía en Guatemala. Ella tenía estómago revuelto y la gana de levantar la mano y decir: sí, yo soy una de ellas. El miedo y la vergüenza la tenían paralizada. No se atrevió. Sin embargo salió de ahí convencida de buscar ayuda.
Aunque no se había decretado como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, desde 1981 las militantes en favor del derecho de la mujer observan el 25 de noviembre como el día contra la violencia. Por muchos años he trabajado en el tema de violencia contra la mujer. Cuando éste hecho ancestral comenzó a visibilizarse, hace realmente pocos años, las psicólogas teníamos noción del impacto que tiene sobre la salud de la mujer, pero no acabábamos de entender la dinámica que conformaba el fenómeno. Los estudios favorecidos por los movimientos feministas han aportado a la psicología una serie de datos que nos permiten tener una mirada amplia del fenómeno, de manera que ahora ya hemos desechado o estamos desechando los mitos de que ella se lo busca, que tiene la culpa o que quien te quiere te aporrea. Entendemos que la violencia doméstica es producto del poder que ejerce el hombre sobre la mujer como macho y cabeza de la casa y que legitima que la emprenda contra ella si no hace caso, si se porta mal o como centro de la descarga de su malestar en el mundo.
He visto pómulos rotos, retinas desprendidas, costillas rotas y he visto heridas que no se ven a simple vista, pero que han calado y han destruido sueños, minimizado el aprecio por sí misma. Atrapada y sin fuerza para desatarse, para desprenderse y salir, expresa el fenómeno de desesperanza aprendida. Este concepto fue primariamente expuesto por Martin Seligman, quien junto a sus colaboradores sometió a grupos de perros a un experimento en el que se les aplicaban descargas eléctricas impredecibles e incontrolables. Los perros aprendieron que aunque hicieran lo que hicieran no podían escapar ni evadir el sufrimiento. Actualmente explica la reacción de la mujer cuando es víctima de violencia intrafamiliar. Es un estado de pérdida de la motivación, de la esperanza de alcanzar los sueños, una renuncia a toda posibilidad de que las cosas salgan bien, se resuelvan o mejoren.
Por ello la parálisis emocional le impide buscar ayuda o mantener la denuncia que puso en un primer momento. Por ello aparece la depresión, ese estado de ánimo bajo que tiene su propia carga, por ello vienen las enfermedades físicas. Por ello la búsqueda de la autonomía se obstaculiza, por ello, permite la violencia visible y la no visible.