Ana María Jurado
Entre la nebulosa de la memoria recuerdo un libo grueso, ilustrado, con la pasta raída, Era el libro de cuento que mi madre me leía cuando era yo muy niña. De ahí surgió, probablemente, esa relación con los libros: tierna, obsesiva, apasionada. Leer es un placer, pero a su vez es el encuentro con lo desconocido, es la búsqueda de respuestas. Es la entrega entusiasta a un hábito que enriquece la vida.
Mis hábitos de lectura han variado. No puedo negar que en una época leí buena parte de las novelas de Corín Tellado, Esas novelas que alimentaban la sed de romances de la adolescencia. Luego vino la época de Selecciones, esos libritos pequeños que cabían en una cartera y que como me dijo una anciana paciente, deprimida, “No me mande a leer Selecciones, qué aburrido, siempre termina bien”. Pero para mí era fascínate leer historias de valientes hombres y mujeres que lograron sus propósitos, me reía con “La risa, remedio infalible” y disfrutaba con “Así es la vida”.
Casi al mismo tiempo me enredé con las novelas clásicas, de manera que Ana Karenina fue mi amiga y Resurrección de León Tolstoi me parecía lo más cercano a la vida misma. El Quijote de la Mancha, y las grandes tragedias como Edipo Rey, hacían la delicia de las madrugadas leyendo bajo la sábana.
Después vino el tiempo del estudio, de las obras fundamentales de la Psicología y la búsqueda del pájaro azul leyendo a diversos autores de la psicología general, para aterrizar con los grandes terapeutas del siglo XX: Erick Berne, Virginia Satir, Fritz Perls, Salvador Minuchi, y luego, han desfilado los de diferentes corrientes y especialidades, escuelas que crecen como hongos. Advierto que siempre hay que aprender. La literatura quedó relegada por muchos años.
Un día una amiga me regala Son de mar de Manuel Vicent y la luz de la juventud me abrasa; una tras otras las novelas y los cuentos se fueron atesorando. Un día me inscribo en un taller de escritura creativa. Puedo poner tinta a lo que pienso, siento o imagino. Trabajo arduo, pero tremendamente placentero. La ilusión de publicar un libro. ¡Qué difícil resulta esta empresa! Pero como todo tiene su tiempo, día de hoy recibo la noticia que nuestro libro, el libro de los Desatosigados está impreso. Un libro preciado porque es fruto de la tenacidad de los que integramos este grupo de escritores y de amistad. Sobre todo de Inés Vielman, quien coordinó la publicación y de nuestro maestro y revisor, el escritor Arturo Monterroso.
Busco en mi memoria el libro de mis recuerdos. Está en el corazón y enmarañado entre las neuronas del cerebro. Cobra vida cuando veo para atrás y agradezco a quien me enseñó el amor por los libros, y por supuesto a escribir. Escribir por el placer de hacerlo, porque es vida. Así, que esta es la vida.