Desde mi perspectiva

 La tragedia

Ana María Jurado

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 Tuvieron que pasar algunos días para que mi corazón se sosegara y mi cabeza pudiera pensar con más claridad. Cuando el horror inunda no se puede pensar. Inicio la reflexión con el análisis del perfil de la población del Hogar Seguro Virgen de la Asunción. Dice elPeriodico que el Hogar tiene siete dormitorios, clasificados según la problemática que han vivido niñas y adolescentes: Victimas de trata, consumo de drogas y pandillas, problemas familiares, fuga y rebeldía, maltrato, violencia sexual (ELPERODICO, 10 de marzo de 2017, pagina 5). Y no pongo cifras porque no las considero certeras.

Negligencia, mal trato físico y psicológico, violación, abusos sexual, son elementos de una misma canasta. Todos producen TRAUMA. Trauma infantil es algo sumamente serio, es el resultado de haber experimentado una experiencia que rebasa la ventana de tolerancia, de manera que el aparato psíquico sufre un desbalance extremo y muchas veces irreversible. Cuando se es sobreviviente de trauma infantil, el desarrollo se ve afectado y aparecen  síntomas conductuales, afectivos, espirituales tremendamente des adaptativos a partir del trauma, meses, o muchos años después. El trauma infantil devasta el aparato psíquico. Afecta todas las áreas de funcionamiento. Si a esto le sumamos la entrada a la adolescencia que de por si es crítica, no cabe más que esperar adolescentes con desorganización en el plano conductual y afectivo, por lo menos: depresión, ansiedad, trastornos alimenticios, trastornos en la personalidad, disforia afectiva. Es decir, cambios en el estado de animo, conducta rebelde, oposición a la autoridad; trastornos de sueño, hipervigilancia, dolor existencial; falta de fe en Dios, en la vida, ausencia de ideales; mal manejo de la ira, intolerancia a la frustración, entre  muchos otros. Se suele llamar Trauma Complejo al resultado de las heridas al alma infantil. La herida es profunda, el dolor es mucho.

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¿Cuantas de las niñas víctimas o sobrevivientes habían sufrido trauma en su niñez? Yo diría que el 100%; de manera que exigía, precisaba un tratamiento especializado. ¿Se les daba? No lo sé, pero presumo que no, por los relatos que he escuchado. ¿Porqué no se les daba? En primer lugar creo que la ignorancia sobre el tema, «pobrecita, la violaron cuando era chiquita», «fue algo que pasó, olvídalo» son concepciones que prevalecen, aun entre profesionales. ¡Chingar! no es así no más, esa niña cuyo cuerpo fue abusado, tiene rota el alma, por lo que debe ser tratada con exquisito cuidado. Ese niño, necesita procesar el abandono de sus padres, esa chiquita necesita regular sus sentimientos, aprender a confiar. Esos niños y niñas necesitan aliviar el dolor. Si a esto le sumamos el trato que aparentemente se les daba y además, los múltiples abusos que recibían la situación para muchas de ellas era de vida o muerte. A mi no me extrañaría que se hayan inmolado. Para algunas el suicidio suele ser la salida, para otras es la droga, para adormecer el dolor. Para otras, la expresión indiscriminada de la cólera. He conocido de cerca a muchas sobrevivientes, de todos los estratos sociales y el dolor es el mismo, las secuelas psicológicas son las mismas. El trauma es el mismo. Devastador.

Mi reclamo no va a los padres ni madres, va a las autoridades de salud y de salud mental que, conociendo el tema de trauma infantil, son incapaces de tener la valentía de abordarlo, de abrir los ojos y diseñar programas para brindar a esta niñez que rescatan de hogares violentos, maltratadores y abusivos, de las calles pestilentes, de barrios de horror, un espacio terapéutico. También mi reclamo va hacia el patriarcado que legitima la violencia hacia las niñas y hacia los niños, hacia las mujeres que, indefensas y víctimas también, abandonan a sus hijos e hijas y son incapaces (ellas también son victimas) de brindarles amparo.

Es este entramado social perverso. Es la sociedad del horror y ya no podemos cerrar los ojos. Es demasiado el dolor de nuestra niñez, de nuestras mujeres, de nuestras ancianas y ancianos. Ojalá esta tragedia se constituya en un parte aguas, un momento de inflexión y de cambio. Pido a las autoridades de salud y de salud mental, alzar la voz y empujar sus acciones basadas en el conocimiento para que, por lo menos, con un poco de decencia, se atienda a las niñas y niños victimas, sobrevivientes y en riesgo. Y sí, el Estado es el responsable, por el descuido a programas y a instituciones que probablemente, con buena fe, pretenden ejercer, pero la carencia es mucha. Es ahora o nunca. Es el momento de actuar y reparar. Desde el fondo de mí, se asoma una frágil luz de esperanza.

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