Afanosamente, denodadamente, el ser humano busca la felicidad, y esta se nos escurre como el agua por las manos: una pérdida inesperada, un tropezón de vida, y se esfuma, se disuelve como sal en el agua, y viene el dolor, el sufrimiento: ese animal repugnante que se aparece brevemente o por temporadas.
Habrá que ser filosofa para preguntarnos ¿Existe la felicidad? Todas hemos experimentado momentos de felicidad. Para cada quien estos momentos son únicos, irrepetibles. Cada quien vive la felicidad a su manera, pero si es cierto que la buscamos, ahora en este tiempo azuzados por la publicidad: seremos felices si tenemos el carro tal o la refrigeradora de la otra marca, si mandamos mil mensajitos al día o si permanecemos conectados a las redes sociales. ¡Valla engaño! Caemos rendidos ante el consumo, y luego qué, viene el desasosiego, y nos amarra.
El consumo obsesivo no llena vacíos existenciales. Caemos también en el error de creer que la felicidad es un estado, perenne, sostenido en el tiempo, o bien, creemos que esas bellas mujeres y esos hermosos hombres que aparecen en la televisión o anunciando un nuevo perfume, ellos sí son felices. La felicidad no se compra en el centro comercial. Se da por gotas, y a veces inesperadamente.
Saben que no me gusta dar consejos, pero hoy si lo haré: Piensa en aquello que te da felicidad, gotitas de placer, proporciónate esos pequeños momentos de felicidad, disfrútalos. Seguramente, se trata de pequeñas cosas o pequeñas acciones, al fin y al cabo los humanos somos sencillos.