Tengo muy clara la madrugada del 4 de febrero de 1976, la recuerdo con lujo de detalles, tal vez porque la he contado muchas veces. También guardo claras imágenes de los días posteriores y puedo evocar las sensación de miedo cuando ese cuatro de febrero nos vimos en la calle todos los vecinos con los niños en brazos, desorientados y buscando noticias, tratando de explicarnos qué había pasado, qué podría pasar y cómo convendría enfrentar los días siguientes. Fue el día viernes 6 cuando una amiga pasó por mi casa acompañada de su pequeña hija,  que estando hablando y poniéndonos al día en la calle frente a la casa se vino un temblor muy fuerte que puso en marcha todo nuestro sistema de alarma. Mi amiga temblaba y abrazaba con terror a su pequeña hija, como buscando consuelo, ambas lloraban para entonces. Recuerdo que las réplicas que se sucedieron en los días siguientes nos provocaban angustia y a veces terror. Ahora sé que se trataba de Estrés postraumático (TEPT), un trastorno que aparece después de haber experimentado un evento de tal magnitud que afecta de manera significativa a la  gran mayoría que lo experimentan y que nos hace revivir y a volver a sentir  las mismas reacciones como si de verás estuviera sucediendo el evento que lo provocó, aunque haya pasado ya hace mucho tiempo, incluso años. Afortunadamente creo que la gran mayoría de  quienes vivimos el terremoto del 76 superamos el evento y no experimentamos secuelas en la actualidad. ¿Qué pasaría si cada vez que temblara reaccionáramos como lo hicimos en ese día o por ejemplo, si después de un accidente, una muerte violenta, un asalto, lo re experimentáramos por largo tiempo,  y sintiéramos en nuestro cuerpo la ansiedad, el temor, la taquicardia, el horror de entonces? He visto personas que han estado sometidas a regímenes totalitarios, tortura, abusos dementicos durante años y luego, después de que estos ya han pasado su cerebro reacciona de manera alarmante. Los neurocientíficos refieren que el estrés hace que la glándula suprarrenal libere cortisol, una hormona que es beneficiosa cuando se libera por un corto tiempo, porque nos pone en alerta, y nos prepara para la lucha o para la huida, pero es diferente vivir en un constante estado de alerta, con estrés permanente o periódico como producto del estrés postraumático, porque  cuando el cortisol es excesivo destruye las conexiones simpáticas entre las neuronas del hipocampo, una importante zona del cerebro, esencial para la memoria y las neuronas del córtex pre frontal  que  influye en la toma de decisiones y regula funciones importantes para la vida.

A pesar de tantas muertes, de tantas perdidas materiales, de tanta zozobra vivida emergieron factores de resiliencia que permitieron que la población se recuperara y las ciudades y los pueblos se reconstruyeran. Eran tiempos de solidaridad y de esperanza, de ver al otro como al hermano, de tender la mano y cooperar. La humanidad se ha recuperado después de pandemias y de catástrofes. La humanidad ha sufrido heridas, y esas heridas han sanado, pero hay golpes permanentes en la cotidianidad de los cuales es difícil sanar, al contrario se hacen crónicos y el dolor se profundiza con perdida de algo valioso: la fe en el otro. Dos años de temor a enfermar, de pandemia, de aislamiento, de zozobra, de pérdidas significativas, de pérdida de fe en el otro, ¿cómo se sana ese estrés?

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