¿Cómo se sienten los niños y los jóvenes ahora que regresan a clases? ¿Cómo vivieron la experiencia de confinamiento y restricciones durante estos dos años? ¿Cuáles fueron sus temores? ¿Cómo se manejaron durante las clases virtuales? ¿Cómo visualizan su futuro?
Si yo fuera maestra ocuparía los primeros días de clases de los niños y jóvenes a hablar. Haría preguntas y más preguntas que les permitiera expresar sus sentires y por supuesto que los escucharía sin crítica, más bien con infinita curiosidad. Los chicos y las chicas tienen mucho que expresar, pero necesitan un espacio apropiado y ese espacio se vuelve sanador cuando no hay critica ni censura. No hay nada que ellos deberían haber sentido, su experiencia es profundamente personal. Los estudios reportan que aunque los menores no lo verbalicen no hay duda que para ellos lo pasado durante la pandemia es una experiencia traumatizante, por ello hablar y hablar del tema es sanador. Mucho se dice de la imperiosa necesidad de encontrar quién brinde cuidados psicológicos sin ser psicólogo. Es difícil, si no imposible, contar con un profesional en psicología en cada aula, pero si se cuenta con una maestra, con un maestro que pueda escuchar, apoyar y orientar a sus pupilos que pueda dar soporte emocional y prevenir el desarrollo de trastornos mentales en el futuro. Casi nada pues.
El Doctor Abigail Huertas de la Asociación Española de psiquiatría del Niño y adolescente dice que los menores están sujetos a la amenaza invisible de la muerte y añade “ A esa amenaza invisible se suman otros factores estresantes como perder las rutinas de la escuela y las relaciones sociales con sus amigos. También es posible que algún familiar haya pasado la enfermedad aislado en una habitación de la casa o haya llegado una ambulancia y se lo hay llevado al hospital; quizá han sufrido alguna pérdida y no han podido elaborar el duelo, ni despedirse, o pueden ser que sus padres hayan perdido el trabajo, con todo lo que eso implica…”
¿Cómo se convierten los maestros en agentes en salud mental? Pues en primer lugar requieren una disposición a escuchar de manera activa, y una actitud empática y compasiva hacia sus alumnos. Así mismo pueden facilitar la expresión verbal de los pequeños, normalizar la situaciones en lugar de criticar, y re significarlas. Contrario a lo que antes se creía que los niños eran fuertes y que no les afectaban o superaban los sinsabores y eventos desafortunados de la vida, ahora se sabe que su cerebro es vulnerable y que los efectos en su salud mental de haber sufrido un acontecimiento difícil pueden aparecer muchos años después. 860 millones de niños alrededor del mundo cambiaron su rutina de la noche a la mañana y durante casi dos años o estuvieron sentados frente a una pantalla “aprendiendo” o no asistieron a la escuela o, en lo que va del año, fueron unos días y luego otra vez a la casa. Una nueva inestabilidad. Padres y maestros obsérvenlos, escúchenlos y atiéndalos, ellos y ellas lo agradecerán.