Me alejo de los habituales temas de esta columna para refrescar la mente: el aprecio por las ruinas, un especial tema tratado por un especialista, el arquitecto José María Magaña. Lo incluyo completo para que no se pierda el contexto.

El elogio de la ruina
por José María Magaña 2 de julio de 2022

El sugestivo nombre del presente artículo lo tomé prestado del trabajo del colega catalán Josep Quetglas, quien apunta: “La ruina, como el miedo o el amor, es un sentimiento. No hay que buscar su origen en la cosa arruinada sino en quien la mira. El sentimiento de la ruina tiene como condición la creencia en que lo que vale la pena es otra cosa distinta a lo que se está viendo, una imagen primera, completa de la cosa en estado primordial y fuerte de la figura, un antes, tan inalterable en su origen como deshecho, que muestra su paso exiliado por nuestro tiempo. No hay ruina sin creencia en que hubo un día del estreno”. Descripción que trae a la memoria los grabados de ruinas de Giambattista Piranesi (1720–1778), que muestran la grandeza y serenidad de la Roma eterna.
En literatura, en cambio, cien años después, la Guerra de los mundos (1898) de H.G. Wells, junto a otras obras apocalípticas, constituyeron un subgénero de la ciencia ficción en donde quien narra el futuro lo hace cual una historia antigua, abstrayéndose de la carga emocional de lo descrito.
Albert Speer, en su megalómana visión arquitectónica de la capital del Tercer Reich llegó a imaginar cómo luciría después del colapso del nazismo y el abandono de la ciudad, conceptualizando el valor de la ruina. Las ruinas de la ciencia ficción forjaron el hechizo de sus ventanas rotas, muros carcomidos y espacios sin techos, invadidos por la vegetación, musgo y maleza que ofreció una percepción romántica del bien destruido.
La Antigua Guatemala, se sabe, es resultado del abandono de Santiago, parcialmente destruida por el terremoto de 1773, y la orden de desalojarla dictada por el capitán general Martín de Mayorga, quien decidió trasladarla al valle de La Ermita, en donde fue trazada y llamada Nueva Guatemala de la Asunción. La ciudad destruida que quedó atrás fue conocida como la antigua Guatemala.
La orden de desalojo dictada incluyó llevar consigo todos aquellos materiales y elementos arquitectónicos que permitieran construir las nuevas casas y edificios en el nuevo asentamiento; depredación que sin duda alguna causó más daño que el propio terremoto. En el siglo XIX, la arquitectura doméstica fue renovada al repoblarse la ciudad ante el auge económico producido por el cultivo del café. Los palacios de la Plaza Mayor fueron habilitados, en tanto los grandes monumentos religiosos permanecieron en ruina, ruinas engalanadas por el paso del tiempo, que en términos de conservación recibe el nombre de pátina, que es un valor agregado y concuerda con la apreciación enunciada al inicio de este artículo.
De otro colega, Javier Aguilera Rojas (Sevilla), de su presentación Antigua Guatemala, la ruina evocadora, tomo: “La contemplación hoy de las ruinas de Antigua que aún se mantienen, de los viejos conventos, monasterios, iglesias y grandes edificios arruinados, y de esos enormes bloques de bóvedas y muros caídos en desorden sobre el suelo. La visión de esas cúpulas abiertas al cielo, de las naves de las iglesias rotas en sus cubriciones; de las enormes fachadas barrocas hendidas por profundas grietas que las atraviesan, nos inquietan por la fuerza que ha sido capaz de desbaratar tanta solidez y grandeza”.
Realidad, valor, apreciación y monumentalidad reconocidos desde siempre. Por eso, el 30Marzo1944 la ciudad fue declarada Monumento Nacional; el 12Octubre1958, Ciudad Emérita; el 7Julio1965, Ciudad Monumento de América; el 28Octubre1969 se emitió la Ley Protectora de La Antigua Guatemala; el 21Noviembre1969 se ordenó su publicación y el 26Octubre1979 fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad.

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