Mi estado de hija siempre me refiere a mis ancestras: a mi mamá y a mi abuela. Las recuerdo con ternura. Mi corazón las honra. Entre saco verdades e imágenes dignas de imitar. Me sonrío cuando me descubro haciendo o diciendo algo que alguna de ellas dijo o hizo. Es parte de la psicología personal llevar sus esencias y es hermoso cuando esa esencia es reconfortante.
Mi estado de madre es distinto, es guardar el recuerdo del arrullo cuando cada uno de mis hijos nacieron. La alegría de sus charadas y la satisfacción de sus respectivos vuelos. Les agradezco que me permitan aprender de ellos. Por supuesto que me hago la desentendida cuando algo no me gusta, porque es su vida y tendrán e vivirla a su manera.
Y ser abuela, ¡ah! Qué rico es ser abuela. Reír, disfrutar y admirar esas maravillas. ¿Porqué los vemos tan esplendorosos? No importa la respuesta. Solo se que son parte de mi y me los gozo. Ellos si me enseñan: me explican, me desatoran los aparatos o procesos informáticos, me enseñan cómo son las relaciones, las aficiones ahora. Su abrazo y sus besos me hacen sentir la plenitud. Así que cada día tengo ocasión para celebrar y celebrarme.