De este lado
Ana María Jurado
Una candela nos alumbraba. Matábamos zancudos. Una plaga se había entrado y el zumbido se confundía con el calor agobiante, que hacía imposible el descanso. Nicaragua, la playa de San Juan del Sur y la casa de Chilo Marenco eran el escenario perfecto para una vacación de ocio. Mis amigas y yo lo disfrutábamos. Buscábamos el ocio. Al ocio hay que buscarlo. No queda de otra. Como casi, casi soy trabajólica, busco con ahínco el ocio, ese espacio para distraerme, para hablar con los amigos, para salirme de lo cotidiano, de lo que produce dinero, de lo que me sirve para subsistir. El ocio, me sirve, pero me sirve para alimentar el alma. Para encontrarme con mi ser interno. Me permite conocer las propuestas de otros y puedo, así, ampliar mi horizonte. El ocio es sanador, es parte de una vida plena.
Crecí con las palabras de mi madre “El tiempo perdido hasta los santos lo lloran” .Este mensaje que me impedía holgazanear y dedicar unos minutos a no hacer nada.
Cada vez más las ciencias de la salud, incluyendo la mental, hacen hincapié en la necesidad del auto cuidado, esa acción que resulta, en últimas, que mi salud es mi responsabilidad y de nadie más. Pero, ¿sirve el ocio? Para quienes aprendimos que el tiempo perdido hasta los santos lo lloran se hace necesario un cambio de paradigma. Para cambiar un paradigma, esa creencia incrustada como una concha marítima en un arrecife, se requiere una buena dosis de autoconciencia y otra más de decisión. Cuando tomé conciencia de la necesidad de ocuparme preventivamente de mi bienestar tuve que hacer un plan de vida y en ese plan incluí el ocio. Con un poco de pena al inicio, puse espacio para mí sola, espacio físico y mental para pensar, leer, escribir o simplemente tumbarme en la cama y escuchar música. Como fue difícil tuve que reforzarlo con la idea que me lo merezco y que es bueno para mi salud.
Los ratos de ocio son particulares para cada quien. Alguien lo encuentra en el placer de hacer ver una película divertida, de meterse en una piscina, de hacer un pequeño viaje fuera de la ciudad, de platicar con amigos o bien, dedicarse a un entretenimiento, a una manualidad, un nuevo aprendizaje. Otros deciden aprende algo que habiéndolo querido no lo habían podido hacer, porque la vida estaba llena de obligaciones. Y no es que ahora no las hayan, pero son de otro tipo, porque en la medida que los años dejan su huella, las arrugas se evidencias y el cansancio coincide con la rutina y el hastío es hora de buscar el ocio. Siempre me acompaña en esa búsqueda un libro y mi cuaderno de apuntes. Me hace sentir menos culpable.