Los cambios de clima de febrero me invitan a sacudir la mente y buscar otros aires. Aires que inviten a la renovación. Busco el libro de Psicología Positiva, una corriente a la que vengo siguiéndole la pista desde hace ya algunos años. Siempre he creído que los psicólogos deberíamos ser los especialistas en calidad de vida y no necesariamente concentrarnos en lo patológico de los seres humanos. La Psicología Positiva es un movimiento que aparece en los Estados Unidos a finales de los años noventa. Se inicia a partir de un discurso que pronuncia el psicólogo Martín Seligman al comenzar la presidencia de la APA (Asociación Americana de Psicología) en 1998. En ese discurso recuerda el objetivo primordial de la psicología: el bienestar humano.
En la búsqueda de respuesta al estrés postraumático esta corriente nos habla de la enorme capacidad de los seres humanos de resistir y de rehacerse después de una experiencia traumática. Contrario a los pronósticos que anunciaban una enorme demanda de ayuda psicológica después de los ataques del 9/11 fueron pocos los que requirieron ayuda psicológica y que desarrollaron un auténtico trastorno mental. La resilencia enfoca la capacidad de las personas para adaptarse, de encontrar sentido, de crecimiento personal antes las experiencias desagradables y dolorosas..
Desde este enfoque el ser humano no es vulnerable sino resistente; no es débil, sino fuerte y no es una víctima, sino un luchador que es capaz de ver hacia adelante. Teorías que en años anteriores tuvieron mucha fuerza han ido cambiando. Es el caso del duelo; se creía que ante una pérdida la persona debería de pasar por etapas definidas. Ahora sabemos, gracias a la psicología positiva, que en muchos casos, la persona se restablece muy rápidamente y que ello no siempre debe interpretarse como algo patológico sino como un signo de ajuste saludable. Sobre todo en personas mayores se puede ver cómo interpretan las desgracias como parte de la vida y saben que toda tormenta pasa necesariamente.
“Las personas resilientes son aquellas que, enfrentadas a un suceso traumático, no experimentan síntomas disfuncionales ni ven interrumpido su funcionamiento normal, sino que consiguen mantener un equilibrio estable sin que afecte a su rendimiento y su vida cotidiana”. Buenas noticias para quienes vemos con desolación panoramas cotidianos. Aunque en los primeros días después de un trauma la persona puede experimentar ansiedad, temor, y otros síntomas fisiológicos, estas se deben considerar como reacciones normales ante situaciones anormales. Ser resilientes no es privilegio de pocos. Más bien está relacionado con respuestas que se pueden aprender. Es un campo fértil para sembrar, desde la niñez y más aún cuando el viento sopla y sopla fuerte.