Mi tía Guicha lloraba como ninguna. Especialmente en los velorios. Su llanto se escuchaba en la casa del difunto y en los alrededores. Lloraba a moco suelto, gritaba, chillaba, daba alaridos. Entre la explosión reclamaba al muerto por haberse ido y le pedía que se la llevara. Y se la llevó. Pero ese es otro cuento. El asunto que ahora nos ocupa tiene que ver con el llanto. Porque mi tía Guicha era de lágrima fácil. Hay llantos de llantos. Los hay sollozados, de esos que van acompañados de gemidos y de mocos. Los hay callados, que como un susurro acuoso, se derraman y mojan almohadas. Son los que salen por un amor perdido, por una traición o por una llamada que no llegó. Esos no pueden expresarse con volumen, porque avergüenzan.
Una de mis amigas queridas derramaba en una ocasión similar, sollozos de torrente. Las lágrimas salían de sus ojos de manera volcánica. Lloraba y lloraba. Su cara estaba demacrada y ella, agotada. Fue entonces que movida por mi cansancio y por la confianza, le dije: basta, y mi basta fue milagroso. Dejó de sufrir. Hay veces que hay que parar el llanto. La mayoría de las veces no. Hay que alentarlo.
Hay llanto por goteo. La persona acomoda un pañuelo y con la punta del mismo va secando cada gota que sale, tímida, de los ojos. Ese llanto goteado corresponde a un mandato de no perder nunca la compostura. Se le ha enseñado a ese pobre niño o niña a retener la lágrima, a comportarse, en el total sentido de la palabra y que no hay que mostrar el llanto, como si se tratara de algo impúdico.
Un par de amigas lloran con las telenovelas, con las películas y lloran juntas, en complicidad. Es un llanto cómplice, porque una mira a la otra, y si una ya ha empezado a expresar la emoción, la otra la sigue con alegría, aunque se trate de tristeza, el asunto es llorar juntas.
Porque eso de la emoción detrás del llanto es asunto de tratado: Se llora regularmente por tristeza, pero hay quienes lloran por otras confesables emociones: la ira, por ejemplo. Es tanto el enojo que ante la imposibilidad de expresarlo con palabras o acciones, éste sale, como corriente de lava acuosa. También es frecuente llorar por celos, por impotencia, por alegría o por una mezcla de sentimientos y emociones. El llanto alegre es muy simpático; la persona regularmente se disculpa, porque su rostro no concuerda con las lágrimas y entonces, la gente le dice: “pero no llorés” y la otra contesta con una sonrisa metida entre la lágrima: “lloro de alegría” y sigue.
La condición humana provee el llanto, pero no todos lo aprovechan. Sujetos a mandatos inapropiados lo detienen; crean muros para no darle el paso. Entonces aparece la transformación: dolores en los músculos, en los huesos, asma, y otras manifestaciones corporales que con el tiempo se vuelven crónicas y hacen la vida muy dolorosa. Mi tía Guicha no sufría, solamente lloraba.